El infierno es el supermercado en hora pico.

Ginny Lupin
4 min readSep 28, 2021

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Que hija de puta Belén. No, en serio, que mina hija de puta. No puede ser que hayan pasado 15 años y con escuchar la voz chillona en el pasillo de los cereales yo ya esté en este estado. Antes de darme vuelta incluso, antes de verle la cara regordeta y la sonrisa falsa de influencer clase z ya me tiemblan las piernas, me transpiran las manos como en el baño del colegio. Y sé que estoy en el super, sé que tengo la lista escrita a las apuradas con el fibrón rosa de Pipe en el bolsillo y que me quedan 15 minutos para encontrar todo, hacer la fila, pagar y salir a tiempo para pasar a buscarlo por el colegio. Pero le escucho la voz chillona y de repente estoy con palpitaciones, sentada en mi banco de la segunda fila del tercer grado. Y la verdad es que me quiero morir.

Las voces chillonas nunca son buen augurio. ¿Dónde viste a una persona respetable golpear tantos agudos? Y los tonos de voz son todo en las conversaciones. Por algo los referentes hablan pausado y con voz profunda. Por algo las palabras de quienes quiero me llegan cálidas como el vaho de una comida casera recién salida de la olla. Pero Belén tiene esa voz chillona que me despierta los peores brotes de ansiedad y no puedo creer tener que escucharla ahora en el super. La muy hija de puta.

El grito llega cuando tengo en la mano los cereales de Pipe, esa porquería con colorantes que seguro le hace pelota el estómago pero no tengo el corazón de dejar de comprarle. Belén me llama por el apodo que nadie me dice porque todos los que necesitan llamarme saben que no fui, soy ni seré nunca Carito. Además los diminutivos exagerados son despectivos, hasta Pipe lo tiene claro y por eso le dice Tinita a la compañerita que le hace la vida imposible. Porque claro que él tiene su propia Belén, la mayoría la tenemos, pero claro que un hijo mío no iba a zafar de la maldición.

- ¡Carito! — repite, alargando la voz y cuando el instinto de escapar golpea, la hija de puta de Belén ya está demasiado cerca como para escabullirme sutilmente hacia los congelados.

- ¡Belu! ¡Tanto tiempo! ¿Qué hacés en la zona? — respondo activando mi propio doblaje automático al lenguaje falsedad. Me sale unas cuantas octavas más abajo, pero alcanza para cumplir su cometido.

- ¿No leés el grupo de ex-alumnos Carito? ¡Muy mal vos! — me reta, con el dedo índice moviéndose de arriba abajo con una autoridad que no tiene. — Nos mudamos con Ignacio, estamos en la casa blanca de acá a la vuelta. ¡Recién casados! ¿Ves?

- Si, si. Muy lindo el anillo — aunque preferiría que me lo saques de la nariz, pesada. — ¡Felicidades querida! — No me invitaste a la fiesta y no habría ido, pero felicidades.

- Gracias, Carito. ¡No sabés lo que me alegra tenerte de vecina! — responde, amagando a apretujarme entre sus bracitos rechonchos. Ni en pedo.

- No, en realidad no somos vecinas, Belu. Mi nene va al colegio acá a la vuelta, pero nosotros vivimos en Los Solares. Es una casualidad que nos crucemos la verdad, no vengo jamás a este supermercado — vengo todas las tardes, pero no pienso volver.

- ¡Cierto que vos tuviste un hijo sola! Que locura Carito, yo no sé cómo te animaste la verdad. Igual, ¡quién te ha visto y quién te ve! De ser la calladita del colegio… — Y me guiña el ojo. Que me agarren los reponedores que la mato.

- ¡A ser la calladita del super! ¡Y la apurada! — le suelto mientras empiezo a retroceder por la góndola, resignada a terminar las compras en el almacén de la vuelta — ¡Nos estamos viendo, Belu!

- ¡Ay no! ¡Yo te iba a decir de tomarnos un cafecito! — me agarra del brazo y sus uñas me pinchan las cicatrices. Mirá si no lo va a estar haciendo a propósito, la muy hija de puta. — Siempre corriendo vos, ¿te acordás cómo corrías en el colegio?

La retirada me hace golpear una pirámide de cajas de leche apilados en la cabeza de góndola. Belén larga un chillido y me suelta, cambiando rápidamente de humor cafecito a la vieja y querida “yo a ella no la conozco”. Y porque tiene un poco de razón, corro.
Corro como aquella tarde en tercer grado cuando Belén y sus amigas me persiguieron para cortarme la pollera, porque era demasiado larga y desentonaba con mis trenzas que habían cortado en la primera clase de Historia después de las vacaciones. Corro, tirando los cereales de Pipe en la entrada, con la mano en el cuello y las palpitaciones por los cielos. Corro con el corazón en la boca y por un segundo tengo miedo de no llegar al colegio de Pipe, de morirme antes del disgusto.

Llego a la esquina en inhalaciones rápidas y cortitas, y como el cuerpo es sabio, vomito hasta el alma en la maceta de un edificio fifí. Las tripas se me retuercen en un sonido gutural, grave, para nada chillón y en el estruendo de mi estómago agonizante encuentro el confort necesario para volver a respirar. Eso, y el retrogusto al almuerzo, que vuelve eyectado como Belén volvió a mi vida en la góndola de los cereales. Y es de verdad increíble, porque sólo los macarrones con queso podrían gustarme tanto cuando vienen y cuando vuelven a salir.

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Ginny Lupin

Escritora, opinóloga musical (certificada por absolutamente nadie) y comunicadora independiente, al frente de ardeportal.com y del newsletter 🍷 Secretos…