Horas vacías.

Ginny Lupin
4 min readNov 7, 2021

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Doce horas de escala en el Aeropuerto de Barajas nunca tendrían que haber sonado a buena idea; pero si quedan suspendidas en la patética retirada desde un lugar donde ya no te quieren hacia otro en que nunca lo hicieron, rápidamente pueden tornarse en un plan tentador.
Murcia viaja con exceso de equipaje emocional y un bolso de mano sorprendentemente ligero para albergar sus veintisiete meses de residencia belga. Dentro de la carga tangible se contaban apenas algunas remeras, una campera Columbia de segunda mano, un par de sandalias gastadas, dos pantalones de jean, algo de ropa interior, una crema de manos, un cuaderno y los auriculares — ahora inútiles. Había dejado el cargador en su antiguo escritorio de su antigua oficina, en el frenesí de evitarse la indigna bajada en ascensor con una caja de cartón llena de sus bártulos; y ahora el celular inerte se sumaba a los euros sueltos, la lapicera sin tinta y el solitario tampón aglomerados en el bolsillo del bolso.
Su cabeza sin embargo compensaba por la ligereza de sus pertenencias. Doce horas pueden parecer mucho para una escala en un aeropuerto transitado, pero cuando te ves obligada a procesar veintisiete meses antes de abordar otro avión, el tiempo se hace fugaz. Menos de media hora por mes, veintiséis con seis seis seis seis seis minutos; menos el tiempo que le había llevado pasar por aduanas, encontrar un rincón tranquilo y hacer este cálculo. Muy poco para lidiar con sus frustraciones, despedir los anhelos que dejaba atrás en Bruselas y enfrentar a los fantasmas que sin dudas esperaban en Cerro Chato. Muy poco tiempo para acuñar un concepto propio de retorno, para desligarlo del fracaso, para hacer los duelos y cruzar la puerta de arribos del Aeropuerto de Carrasco con la frente y el flequillo en alto.
Murcia apenas se acordaba de haber hecho esta escala unos años atrás, con una valija enorme llena de remeras y pantalones y faldas y vestidos y libros y sueños. Vagamente sentía aquellos nervios juveniles en la punta de los dedos, la textura de los papeles (impresos por si acaso) que verificaban sus pasajes reservados y la carta de aceptación en la agencia publicitaria que la había reclutado como nueva redactora creativa. Apenas recordaba su creatividad, la que le había valido la valentía de mover su vida al viejo continente, pero veintisiete meses después no había sido suficiente para encontrar razones por las que quedarse.
Las semanas que le siguieron al primer aterrizaje en Bélgica se sucedían como un tutorial de YouTube acelerado para llegar al punto, una suma de imágenes relevantes como un todo pero insignificantes en solitario. Momentos acumulados que culminaban en unas cuantas noches sin dormir y el proyecto fallido que le trajera las temidas palabras, tipeadas sin sentimiento alguno en un correo electrónico administrativamente cruel: “Vous êtes viré”. Despedida, finite, caput.
Nadie te dice lo difícil que es cobrar una liquidación, rescindir un alquiler, dar de baja la asistencia médica y armar un bolso medio vacío en un idioma que en veintisiete meses no terminaste de comprender. Los recuerdos de Murcia decían que había sido mucho más sencillo a la inversa, cuando su lucha con el francés no hacía más que alimentar el fuego de querer empezar de cero.
Nadie quiere empezar de cero en un lugar en el que ya estuvo, con la premisa de que las segundas partes nunca fueron buenas y el “volver con la frente marchita” un himno lúgubre a la resignación. Pero el arduo proceso fue automático, no del todo decidido en la autonomía del alma, queriendo correr lejos de aquello que pudo haber sido y por un tiempo fue, pero ahora solo era relleno impersonal de un bolso semi vacío y una mente desbordada.
Doce horas de espera se convierten en un limbo temporal, mientras cientos o miles de piernas anónimas hacen sombra de la luz artificial que ilumina a Murcia y su oscuridad. Doce horas de arrepentimientos, de por qués, de explicaciones que no tiene pero tiene que tener antes de llegar a casa. El ¿qué hiciste mal? siempre presente, cobrando las voces con las que creció y a las que se desacostumbró porque ninguna voz es la misma a través de un celular. Y la ausencia de respuestas, como un silencio ensordecedor entre las quejas en idiomas que se suceden, algunos conocidos, otros indescifrables. Voces de ilusión que cargan valijas rebosantes de expectativa, voces apuradas que corren aunque sus cuerpos sólo caminen a paso firme, voces desorientadas en el caos del Aeropuerto. Voces que le resultan también ajenas porque no son la suya y Murcia está desacostumbrada a escuchar a otros después de las últimas cuarenta y ocho horas muertas, en dónde apenas si escuchó las indicaciones de los trámites mientras agachaba la cabeza en dirección a Uruguay.
El altoparlante anuncia el embarque y así como si nada diez de las doce horas son parte del pasado, junto con los veintisiete meses anteriores y su recóndita seguridad. Murcia avanza hacia el cartel de Iberia, pasaporte y pasaje en la mano derecha, las uñas de la izquierda rascando el interior del cardigan color crema que viste para el retorno. Sus bolsillos están vacíos salvo por la pelusa, su flequillo transpirado pegado a la frente. Da un paso atrás de otro, lento, y la espera que ya no es espera se ve perdida entre los Free Shops, el olor a comida y las luces led enceguecedoras.
Una estación para cargar aparatos electrónicos llama su atención y duda. Todavía tiene tiempo antes de abordar, pero algo en la perspectiva de desconexión total en el cielo la seduce; los problemas no son tan tangibles entre las nubes y podría ignorar el gran inconveniente hasta aterrizar en el sur, pero sabe que medio día fue suficiente tiempo para esquivar la conversación. Necesita dejar todo claro, dejar todo atrás, subir al avión sólo con su bolso vacío y su cardigan color crema, así que cuenta los euros sueltos hasta llegar al costo antes de enchufar el celular en la maquinita, encender la pantalla y teclear el temido mensaje:
“Mamá, estoy volviendo, llego a la mañana. ¿Puedo parar en casa unos días?”

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Ginny Lupin

Escritora, opinóloga musical (certificada por absolutamente nadie) y comunicadora independiente, al frente de ardeportal.com y del newsletter 🍷 Secretos…