Números fríos.

Ginny Lupin
5 min readJun 22, 2021

El reloj marcaba las 23:43 y los dos puntitos entre la hora y los minutos tintineaban certificando que, al menos, eso si funcionaba.
Su celular estaba muerto, tan muerto como las esperanzas de conseguir un Uber; muerto como Antezana este martes a esa hora, como las ganas de dar todo por la anécdota sin medir las consecuencias.
El taxi avanzaba rápido, pero no lo suficientemente rápido, al menos no para esta veinteañera alcoholizada con lo justo en el bolsillo.

Hace exactamente veinte minutos estaba saltando entre los cuerpos transpirados, cerveza en mano, coreando entusiasmada el estribillo de un himno del rock de letra incoherente.

Las noches de los martes eran famosas en el Marquee justamente por su falta total de coherencia y control. Punkies, metaleros y fundamentalistas de Luis Miguel se agolpaban en la entrada de Scalabrini Ortiz con la promesa de cerveza barata, música fuerte y libertinaje asegurado; todas ofertas tentadoras para una uruguaya exiliada en busca de rocanroles. Puertas adentro, el humo indicaba el camino hacia el escenario, donde los viejos fumadores copaban la valla asintiendo con la cabeza al ritmo del bajo.

Esa noche el line-up era de Reggae, Trash Metal y una banda tributo de Rock Chabón, con el cierre estelar de “Las Bebas”, la sensación Pop pre — Montaña Rusa que tenía por esas fechas su quinto o sexto revival. Pero Romina no llegó a escuchar su mayor hit.

El grupo tributo, conformado por tres cuarentones melenudos y dos hippies jovencitos en saxo y guitarra, destrozaba los últimos acordes de JiJiJi cuando la fuerza del pogo la escupió a la Avenida. En un momento estaba saltando, rodeada de desconocidos y envuelta en la oscuridad acogedora que sólo ofrece un antro rockero. Segundos después — y empujones mediante -, el culo se le estrellaba contra la vereda rota. Bienvenidos a la ciudad de la furia.

El patova del ingreso, un tipo pelado y grandote, la levantó del codo y preguntó si quería volver a entrar; mientras el golpear de los cuerpos contra la puerta de metal ahora cerrada ahogaban su discurso. Romina negó con la cabeza y aprovechó la salida forzada para fumarse un pucho y chequear el celular, que apenas había tocado desde la fila del boliche.

Prendió el cigarrillo y prendió los datos, un 2% de batería interpelándola mientras esperaba que el feed de Instagram le mostrara retazos de vidas ajenas para matar el tiempo. Dio una pitada larga y antes de soplar el humo la pantalla se iluminó con una notificación.

“Tincho_cjs_94 respondió a tu historia: Fuaaa flaqui, tas en buenos aires? venite a ultra bar que tocamo a las 12”.

Con manos temblorosas, Romina apretó dos veces el mensaje y un corazón rojo estalló en la pantalla, que se tornó negra mientras el cigarrillo rebotaba contra el cordón de la vereda. Resignada con la carencia de tecnología, estiró la mano, esperó a que el semáforo diera verde, subió al taxi diminuto y escupió la dirección con la voz rasposa del agite.

Recién ahí metió la mano en el bolsillo y sacó primero el encendedor, los cigarrillos, la cédula y desde el fondo setenta y ocho pesos con cincuenta. Setenta y ocho pesos con cincuenta que eran más que suficientes para dejarla sana y salva en el hotel, ¿pero hasta Ultra Bar? Justo.

Setenta y ocho pesos con cincuenta, diecisiete minutos, el tintineo del reloj, la soledad de Antezana y la radio del taxista, que pasaba incómodamente bajito un tema tras otro de la Mona Jimenez. Los pesos, el tiempo, el reloj, la nada misma y después la radio que ya no se escuchaba por el ruido del camión. El puto camión.

Antezana es una calle angosta, empedrada, con autos que estacionan a ambos lados de la acera. También es, aparentemente, la calle de Buenos Aires con mayor índice contenedor de basura per cápita. Y claro, es donde iba el taxi con Romina cuando el camión de la basura decidió atacar. Y ya no eran diecisiete pero quince, diez, siete los minutos que faltaban para las doce; mientras el número de fichas seguía aumentando en la banderita y los pesos parecían hacerse menos en su bolsillo.

Todas las cifras oscilaban menos las cuatro ruedas del taxi, estáticas detrás del camión que se detenía religiosamente cada media cuadra a descargar la basura, un proceso lento y hasta tragicómico.

Romina se mordía las uñas y pensaba en otras noches compartidas con Martín en bares raídos a ambos lados del charco. Mientras el camión emitía chirridos agonizantes, por su mente pasaron las cajas de vino, los viajes al interior y los besos que Martín había compartido con otras pibas de flequillo mientras ella vomitaba en el baño o buscaba la mochila en ropería. Romina siempre había vuelto, porque Martín era su rocanrol, y todavía con setenta y ocho pesos con cincuenta en el bolsillo estaba dispuesta a pelearle la plata al taxista con tal de respirar de nuevo su perfume.

El reloj dio las 23:59 y el taxista golpeó el puño a la bocina, comprometido con prolongar el sonido quejoso por tiempo indefinido. Harto, más harto que Romina, el héroe al volante improvisó una maniobra digna de Vin Diesel y subió el auto a la vereda, dando la vuelta en U sobre las baldosas de la esquina para agarrar Pueyrredón y después Figueroa a la velocidad de la luz. A las 00:02 estacionaron en la puerta de Ultra Bar.

Los pañuelos palestinos enmarcaban la puertita negra y al fondo, apenas distinguible con sus Topper verde esperanza, Martín, con los rulos aplastados, le metía la lengua hasta la garganta a una rubia de jean roto y remera de Viejas Locas. Romina suspiró, el zumbido de la bocina todavía retumbando entre los restos del pogo olvidado.

- Llegamos morocha, son setenta y seis con veinticinco.

Le dio al taxista un peso y alguna hilacha del jean de propina; pero en vez de abrir la puerta, Romina se reclinó en el asiento, abrochándose el cinturón con la mirada fija al frente.

- Disculpá, pero voy a seguir. ¿Te animás a agarrar por Juan B. Justo hasta Córdoba? Me vas a tener que esperar que suba a agarrar plata, pero por lo menos en la Avenida no nos va a frenar el camión. Y subime la radio, que el cuarteto me da vida.

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Ginny Lupin

Escritora, opinóloga musical (certificada por absolutamente nadie) y comunicadora independiente, al frente de ardeportal.com y del newsletter 🍷 Secretos…