Ginny Lupin
3 min readApr 14, 2021

Tengo mucho para escribir sobre Cheltenham, cosas que iré compartiendo a medida que los lazos que me atan a este particular sitio se vayan soltando, dándome la perspectiva necesaria para narrar las historias que sus calles merecen. Pero hoy, en el día 2 de este Challenge de escritura la consigna es contar una anécdota personal, y la premisa me empujó con una fuerza imparable a esta tarde a comienzos de Julio – el Julio caluroso y soleado del norte, no el nuestro melancólico y gris -.
Estoy parada en Clarence Street, al 15-21, esperando el colectivo A mientras enciendo un cigarrillo Benson & Hedges. En la esquina hay un bar al que voy a volver esa noche para dar inicio a una historia completamente distinta, que no nos concierne aún; cuando todavía son las 4 de la tarde y las señoras maniobran pintas de cerveza mientras mecen el chochecito de sus bebés.
Cheltenham convive en una eterna dicotomía entre lo posh, serio, estirado o cheto; y una rebeldía intrínseca que no parece sacudirse aunque sus más altas figuras insistan por barrer la controversia bajo la alfombra. Y será por eso, asumo, que cuando llega el A y estaciona en la parada, esperando la hora indicada con exactitud para iniciar su recorrido; se acerca a mi la esencia misma de la ciudad.
No puede tener más de 8, 9 años. Al ojo del mero espectador es la viva imagen de un niño inglés, una leve picardía adornando su sonrisa mientras me aborda, con su amigo un poco más alto y callado unos pasos más atrás.
- Disculpe, ¿me podría dar un cigarrillo?
Lo escucho y miro al rededor, buscando romper la cuarta pared; esperando que salte José María Listorti desde atrás de un farolito, listo para revelarme que se trata de una cámara oculta. Es un nene, un nene con uniforme de colegio privado y actitud canchera. Un nene más bajo que yo (y eso es decir mucho).
Soy docente, pienso mientras argumento al nene que es muy chiquito para estar fumando. Él me discute que es mayor de lo que parece, quizás hasta esgrima una edad estimada lejos de la real. Me planto firme hasta que se resigna y se aleja, diciendo algo por lo bajo: una puteada incheckeable por el ruido del tránsito y mi pobre conocimiento de vocabulario barrabrava británico. Mi madre mira la escena divertida.
El A está por irse, me queda medio cigarrillo. Me doy la vuelta y leo el plan del niño fumador en la manera en la que sigue atento mis movimientos. Si tiro el cigarrillo en la vereda, lo va a agarrar. Yo, que soy docente, voy a estar colaborando con el consumo de tabaco de un nene. El tacho con cenicero está a media cuadra y camino cada paso indignada con la desfachatez de esta ciudad. Tiro el cigarrillo y me subo al colectivo en el último segundo.
Esa noche, fumando otro Benson en la puerta del mismo bar, le preguntaré a un no-tan-chico inglés si esto es común, si el fumaba cuando tenía la edad del nene. Negará con la cabeza, pero mi historia no va a sorprenderle.

- En Cheltenham pasan cosas raras.

Ginny Lupin

Escritora, opinóloga musical (certificada por absolutamente nadie) y comunicadora independiente, al frente de ardeportal.com y del newsletter 🍷 Secretos…